Historia

Historia

Podría hablarse de asentamientos humanos en el término de Torrejoncillo ya desde el siglo III a.d.C. gracias al descubrimiento en 1933, en la finca del Encinejo, de siete pequeñas figuras de bronce (cinco cabritillas, una cabeza de ese mismo animal y un jinete), exvotos vetones posiblemente dedicados a Ataecina, diosa de la noche cuyo culto, según parece, estaba muy extendido por esta zona.

Por estar estos asentamientos situados cerca de la Vía Dalmática, es lógico que también se hayan encontrado huellas romanas: monedas, columnas, capiteles, canterías labradas, ladrillos, tégulas y algún resto de mosaico.

Es bajo la dominación árabe cuando puede hablarse de verdaderos asentamientos en alquerías a base de chozas o bujíos de cabreros y vaqueros que terminaron agrupándose en el Val de la Jamarga en torno a un pequeño torreón, que daría nombre al pueblo, "torreoncillo". Así nos lo certifica en 1674, Fray Francisco de Torrejoncillo, autor del libro "Centinela contra judíos", muy apreciado y difundido en su época, estudiado por eminentes eruditos y de muy escaso prestigio y ridiculizado en nuestros días por su carácter de exacerbado antisemitismo:

"...Es tradición antigua en el lugar de Torrejoncillo, y aún consta en los papeles que están en su archivo, jurisdicción de la ciudad de Coria, cuya aldea es, que dicho lugar de Torrejoncillo lo comenzaron a fundar unos pastores que comúnmente llaman acá en Extremadura "serranos", y que éstos bajaron de las tierras de Zamora y, a imitación de la torre donde daba voces el perro contra los perros judíos, los dichos pastores o serranos un cuarto de legua del lugar de Torrejoncillo, camino de Holguera, edificaron una torre o torreoncillo del que aún hay vestigios y cimientos, y llamaron a aquel sitio el Valle de Torrejón. De ahí se mudaron después al sitio que ahora tiene dicho lugar por ser más enjuto y sano, de donde le vino a quedar el nombre de Torrejoncillo..."

Aún pueden contemplarse en la actualidad los restos de un torreón similar al lado de la antigua vía romana, ya que estas construcciones fueron muy utilizadas durante la Reconquista como defensa, refugio o vigilancia ante posibles ataques, avances o retrocesos, muy habituales en esta zona entre el Alagón y el Tajo, centro de flujo y reflujo en el proceso de recuperar terreno al enemigo.

Desde el nuevo emplazamiento, la Cruz de Lata, la población comenzó e extenderse hacia abajo de forma desproporcionada por tener que adaptarse a las necesidades ganaderas, originando un conjunto de calles estrechas y entrecruzadas propias de una estructura árabe que aún se conserva. Hasta 1227, fecha de la promulgación del Fuero de Coria y ya casi finalizado el proceso de repoblación, no puede hablarse de Torrejoncillo como lugar. Queda ligado a dos fuertes instituciones: la Diócesis y la Comunidad de la Villa y Tierra, ambas de Coria.

Por no aparecer apenas citados los lugares dentro de esta Comunidad hay un gran vacío de datos históricos hasta la aparición de los Archivos Parroquiales a mediados del siglo XVI. Aún así puede deducirse que no debió Torrejoncillo gozar de favores y privilegios concedidos a villas y lugares vecinos por ser considerado "un pueblo árabe lejos de las manos de Dios". Pero el aumento de la población debió ser considerable por el hecho de necesitar habilitar primero como iglesia una pequeña ermita, la que hoy es san Sebastián, y posteriormente edificar otra más al sur, la de san Andrés. Cuenta también la tradición que el ejército de la Beltraneja, acampado en estos territorios, se vio forzado a abandonarlos, dejando tras de sí gran cantidad de ganado ovino cuya lana propició el origen de la industria de nuestros famosos paños.

Tal como reflejan las Relaciones Topográficas de Felipe II, Torrejoncillo conoce en este siglo XVI un gran resurgimiento económico y demográfico. Ya tiene dos ermitas más, San Albín y San Pedro y se lanza al gran proyecto de construir, bajo la dirección de Pedro de Ibarra, una nueva iglesia parroquial sobre la ya existente al sur, construcción que no finalizaría hasta siglo y medio después. El aumento de la población fue aún mayor en el siglo XVII pese a las epidemias nacionales. A finales de esta centuria, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, se llegó a los 3068 habitantes ¿La causa? El comienzo de la actividad textil que convirtió a esta localidad en el principal centro económico de la comarca superando ampliamente en población a la ciudad cabecera de la Comunidad.

La industria pañera dio prosperidad a este lugar durante siglo y medio. El sistema de fabricación estaba basado en pequeñas empresas familiares que complementaban su labor con la agricultura. La lana llevaba un complicado proceso de fabricación en cuyo proceso intervenía en algunas fases el aceite y salpicaba a los trabajadores. De ahí viene a los torrejoncillanos lo de "pringones". Se obtenían paños bastos pero de gran rendimiento, tanto que siempre se dijo que "los paños de Torrejoncillo duraban lo que la vida de un hombre". Hasta una jota regional aún se encarga de recordar que "aunque en Béjar le pongan más brillo, para paños en Torrejoncillo". La comercialización del producto corría a cargo de los sacadores o "pañeros" que se desplazaban por nuestra región y lejos de ella a grandes ferias como la de Medina del Campo, donde rivalizaban con los pañeros catalanes, o a la de Zafra donde entraban en competencia con los de Sevilla.

Ni la guerra de Sucesión, en la que este pueblo intervino a favor de Felipe V aportando más hombres que ninguno de la comarca al llamado "tercio de la Jamarga", ni otras causas negativas como el llamado "gran invierno europeo", las plagas o las sequías impidieron el espectacular aumento y la preponderancia de Torrejoncillo durante el siglo XVIII. Por el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura (1791) sabemos que tenía "Casa-Ayuntamiento, Cárcel, Pósito y Alhóndiga, escuela conjunta, una más que regular iglesia, cinco ermitas, diez cofradías, once dehesas privadas y una boyal, tres molinos de aceite, buenas cosechas de trigo, centeno, garbanzos, aceite y vino "… y 4000 habitantes aproximadamente, 911 familias de las que ¡600! trabajaban en la manufactura de la lana.

El tono feliz que marcó la vida local en el siglo XVIII vino a enturbiarse por dos desgracias nada más comenzar el XIX: Una, la aparición entre 1804-1805 de una epidemia de tifus que causó más de 300 fallecimientos. Otra, la invasión de las tropas napoleónicas. Los franceses ocuparon el pueblo sin gran violencia en un principio, pero, al ser atacado el destacamento aquí afincado por la denominada "partida del caracol", reaccionaron de forma furiosa. El 4 de Septiembre de 1809 entraron de nuevo y las consecuencias fueron funestas: tres cuartas partes del lugar fueron quemadas provocando la huída de gran parte de la población a Garrovillas hasta la liberación del pueblo por las tropas de Wellington.

En 1812 y gracias a la Constitución de Cádiz Torrejoncillo tuvo su primer alcalde constitucional, ya independiente del Concejo de Coria. Fue D. José Fernández Ballesteros a quien hoy recuerda una calle y quien inició un proceso de reconstrucción digno de encomio, tanto que ya en 1829, según constata el Conde de Canilleros, el pueblo había recuperado su anterior auge gracias a su conocida industria textil y a la incipiente del cuero. Todo ello dentro de un clima de intranquilidad social porque tampoco los carlistas se olvidaron de esta localidad e intentaron penetrar varias veces en ella consiguiéndolo una sola vez en la que dieron muerte a dos destacados liberales.

Con el decreto progresista de Mendizábal y la disolución de la Comunidad de la Tierra de Coria, Torrejoncillo, gracias a su elevado número de habitantes, salió muy favorecido en el reparto obteniendo incluso terrenos en términos cercanos. Parecía que todo iba a ser color de rosa. Desgraciadamente no fue así debido a la ley desamortizadora de Madoz de 1855 que obligó a los pueblos a poner en venta sus bienes propios y comunes. Había que salvar la maltrecha economía nacional y se hizo a costa de los municipios con el pretexto de crear un gran número de propietarios. Lo que se consiguió fue todo lo contrario puesto que los terrenos fueron rematados por los ya terratenientes con dinero para la compra y no por la clase humilde, la que antes disponía de terrenos comunes y desde ahora se veía obligada a estar debajo de los nuevos propietarios. De todas las grandes extensiones que poseía el municipio en 1837, solo le quedó la dehesa boyal. Comenzaban profundos problemas sociales.

Por otra parte la industria pañera entró en una grave crisis que conduciría lentamente, pero de forma segura, a su desaparición. Fueron muchos los factores que contribuyeron a ello: la falta de innovación técnica, en contraste con los nuevos medios ya utilizados desde mucho tiempo atrás en otras zonas, la escasa inversión por parte de quienes podían realizarla, la falta de materia prima por carecer de ganado lanar fijo en el término por ser arrendados por los nuevos dueños los pastos a ganaderos trashumantes, la evidente carencia de vías de comunicación que facilitaran la salida del producto, los enfrentamientos entre los patronos, agrupados en El Centro Industrial, y los obreros, reunidos en las nuevas Sociedades nacidas a finales del XIX: La Protectora, de tejedores; la Neutral, de hiladores y cardadores; La Decisiva, de agricultores; El Trabajo, de albañiles; El Porvenir, de obreros del campo… Más adelante, ya bien iniciado el siglo XX, aparecerían La Productora, La Lealtad, La Unión, La Regional, Unión y Trabajo y otras.

De aquella floreciente industria textil quedaron edificaciones, máquinas viejas, herramientas en desuso… y numerosos obreros sin trabajo que vinieron a añadirse a los que se encontraban en las mismas circunstancias sufriendo las consecuencias de la desamortización de los bienes comunes. Fueron muchos los torrejoncillanos que no tuvieron otra salida que abandonar su tierra, emprender un largo y triste camino cruzando los mares y buscar una nueva vida en la nación argentina. Fue la llamada "emigración a los Buenos Aires" que en este lugar provocó un descenso de la población de mil habitantes en apenas treinta años.

Torrejoncillo había comenzado el siglo XX dentro de un clima cultural más que destacable en medio de estudiantinas y pasacalles que celebraban tanto la llegada de la luz a la localidad como la belleza de la mujer pringona, cantos que hoy seguimos entonando con nostalgia y orgullo. Fueron los años de destacadas personalidades en el mundo de la cultura como el médico Jenaro Ramos, poeta y autor de dramas y zarzuelas, el sacerdote Saturnino Serrano, eminente abogado, los músicos Rafael Gimeno y José Murguía, el sacerdote y escritor Santiago Gaspar y muchos entusiastas del mundo de las letras, las ciencias y las artes agrupados en torno al recién creado Círculo del Fomento.

A medida que avanzaba el nuevo siglo la tensión social iba también en aumento. Como tantos otros pueblos, Torrejoncillo no fue ajeno a las protestas populares, motines, conflictos, ocupaciones de tierras y huelgas, destacando entre estas últimas la protagonizada en Junio de 1915 por la Sociedad de Obreros del Campo "La Regional", motivada por no dar trabajo a braceros locales en paro y contratar a forasteros para las labores de siega.

Tras la guerra civil y los años posteriores de penuria y hambre, Torrejoncillo supo una vez más resurgir de la desgracia, ahora gracias a la industria del cuero, muy pujante desde el siglo anterior. Fueron numerosos los talleres de zapatería en la localidad y muchos los empleados en este oficio en los años 40 y 50. El calzado elaborado en esta localidad gozó de gran prestigio, y sus zapateros, como antes los pañeros, se extendieron por buena parte del país y se exhibieron en las mejores ferias. La historia se repitió y fueron también casi idénticas a las de los paños las causas del fin de la industria del calzado. Y de nuevo la emigración, ahora al País Vasco, Cataluña o a países centroeuropeos. Como consecuencia, los 5514 habitantes de 1950 fueron disminuyendo en rápida progresión hasta finalizar el milenio con solo 3557 almas, incluyendo la pedanía de Valdencín, poblado creado con aquellos esperanzadores planes de regadío y colonización.

Hoy Torrejoncillo lucha por su futuro. Nuevas realizaciones, nuevas perspectivas: Centro de Salud Comarcal, Mancomunidad Rivera Fresnedosa, Instituto de ESO…Torrejoncillo puede y debe estar orgulloso de su historia pero no debe olvidar, como bien dijo Machado, que "ni el pasado ha muerto, ni está el mañana en el ayer escrito".